En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi
sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por
panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por...
-Llave, por llave -me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos
del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de
cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
Eduardo
Galeano
El sobreviviente
Está solo. Es el único hombre que queda sobre la Tierra. Lo
sabe y esa verdad le atosiga el alma: cree que su destino es atroz. Ignora, sin
embargo, que el destino le reserva una verdad aún más horrenda. En efecto,
buscando víveres entre las ruinas de la ciudad descubre un espejo. El espejo no
lo refleja.
Miguel Bonilla López
La Felicidad
La primera vez que fui feliz / tenía siete meses / y una mujer
/ que no conozco / me pasaba el dedo por el filo de la cara / al mismo tiempo
que me hablaba / No entendía lo que decía / pero la escuchaba / No era lo mismo
que cuando me arrojaban / como una pelota / Estaba bien sujeto / Estaba bien
querido / La felicidad olía a lejía / y a colonia de la Casa Gesell.
La segunda vez fue cuando trajeron a Silver / el caballo de El
Llanero Solitario / y lo instalaron a orillas del Suquía /debajo de una carpa /
El caballo estaba embalsamado/ pero si cerraba los ojos / mientras le pasaba la
mano por el pelo / apenas se notaba / La felicidad costaba un peso / Un peso la
entrada.
La tercera fue la vez que vi de espaldas / a mi papá y a mi
mamá / sentados / después de almorzar/ en la cocina / El llevaba puesto su
famoso anillo de ferrocarrilero / y ella lo tenía de la mano / Las ollas / al
fuego / murmuraban / La felicidad era tan fugaz / como las burbujas que subían
y bajaban / a lo largo de un sifón / azul / de Egea y Sánchez.
A veces / en la Plaza España/ saco una moneda / la tiro para
arriba / y digo si sale cara voy a ser feliz / pero la moneda no cae / borda el
aire / rebota / se atasca/ se bifurca / y después corre / a lo largo de
Chacabuco / Ustedes saben cómo es esa bajada / La felicidad es un racimo de
palabras / y después se acaba.
Daniel
Salzano
Objetos Persistentes
El hombre recuerda que, cuando era niño y estaba en el
colegio, hizo una simple operación aritmética en una hoja de papel cuadriculado
y que, de alguna manera, esa hoja desapareció y no pudo encontrarla jamás, lo
que debió haberle creado algún problema entonces, porque siempre la imagen del
papel volvía en sus recuerdos. Que agregue ahora que ese hombre soy yo (quienquiera
que él sea) y que, estando en otra ciudad, un día muy ventoso, en el que veía
cómo se formaban alrededor de mí remolinos que levantaban polvo y hojas secas,
mi pie derecho pisó un papel que resultó ser el mismo papel de cuando era niño,
con el mismo grueso cuadriculado y la misma operación matemática escrita con
rala tinta azul, ya un poco corrida y con manchones de lluvia, y con las
esquinas dobladas y amarillentas por el sol, pero perfectamente reconocible, inconfundible,
el mismo objeto por tantos años deseado; todo esto va a resultar absolutamente increíble,
desechado como físicamente imposible, aceptado sólo como una absurda invención.
Eso no me sorprendería; lo que me sorprende es que pueda mirar
otra vez mi letra de niño y saber que es mía, tan trabajosamente dibujada y
como colgada de los cuadrados, con mi firma debajo (yo firmaba todo entonces,
con una rúbrica imitada de mi padre), y que el resultado de la operación aritmética
sea correcto y que me ayude a resolver un inesperado problema financiero que me
acaba de surgir, inesperadamente, esta semana...
Abuso de conciencia
Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía: disposición
de las habitaciones, olor del vestíbulo, muebles, luz oblicua por la mañana,
atenuada a mediodía,
solapada por la tarde, todo es igual, incluso los senderos y los árboles del
jardín, y esa vieja puerta semiderruida y los adoquines del patio.
También las horas y los minutos del tiempo que pasa son
semejantes a las horas y a los minutos de mi vida. En el momento en que giran a
mi alrededor, me digo: "Parecen de veras.
¡Cómo se asemejan a las verdaderas horas que vivo en este
momento!".
Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier
superficie de reflexión, cuando a pesar de todo el vidrio inevitable de una
ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me
parece. ¡Sí, que se me parece mucho, lo reconozco!
¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso
aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mí vida, entonces encontraré mi
verdadero rostro.
Jean
Tardieu
La anciana encontró la fotografía y salió del álbum un
caballero de bigotes. Lo tomó del brazo y caminaron.
El anciano encontró la fotografía y salió del álbum una joven
con sombrilla. La tomó del brazo y caminaron.
Las dos parejas se encontraron en una plaza. La joven de la
sombrilla miró sonriendo al caballero de bigotes y el caballero de bigotes miró
sonriendo a la joven de la sombrilla.
Las dos parejas siguieron caminando. Al llegar a otra plaza el
caballero de bigotes le dijo a la anciana: “Voy a comprar cigarrillos”. Y la
joven de la sombrilla le dijo al anciano:
“Olvidé el pañuelo en la fuente. Voy a buscarlo”. Y la joven
de la sombrilla y el caballero de bigotes se besaron de prisa.
Las dos parejas siguieron caminando. Al llegar a otra plaza el
caballero de bigotes y la joven de la sombrilla corrieron abrazados y entraron
a un hotel.
Y otra vez los ancianos volvieron a dar vuelta las páginas del
álbum. Javier Villafañe
1976, Libertad: Pájaros prohibidos
Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso,
silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden
dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas,
estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener
ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años.
La hija le trae un dibujo de pájaros.
Los censores se lo rompen a la entrada de las cárceles.
Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los
árboles no están prohibidos,
y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por
los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos
pequeños círculos entre las ramas:
-¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
-Ssshhhh.
Y en secreto le explica:
-Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te
traje a escondidas.
Eduardo
Galeano
Reencuentro
La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo.
Leoncio accedió, y cuando ella se apeó del bus él hizo lo mismo. La siguió a
corta pero discreta distancia, y luego de algunas cuadras la mujer se volvió.
Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer
ultrajada en un sueño y descubrió en sus ojos la venganza.
-todo fue un sueño –le dijo-. En un sueño nada tiene
importancia.
-Depende de quien sueñe –dijo la mujer. Éste también es un
sueño.
Luis Fayad
Definición del fantasma
¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha
desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de
costumbres.
James Joyce
El diario a diario
Un señor toma un tranvía después de comprar el diario y
ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario
bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas
impresas que el señor abandona en un banco de la plaza. Apenas queda solo en el
banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta
que un muchacho lo ve, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas
impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se
convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee, y
lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego lo lleva a su casa y
en el camino lo usa para lo que sirven los diarios después de estas excitantes
metamorfosis.
Julio
Cortázar
SINCERIDAD
Durante el desfile, precedido de elefantes y timbaleros, un
apuesto y fornido muchachón dijo a su acompañante, una bella rubia con senos
desmesurados:
-¡Te adoro... pero te advierto que no soy hombre!
-No importa -contestó la muchacha con una sonrisa-. Yo sí lo
soy.
Ambos se quitaron los trajes y las máscaras, y se unieron en
un apasionado beso. Luego, agarrados de la mano, se perdieron entre el bullicio
del carnaval. La calle quedó desierta, y entonces los disfraces que los
enamorados habían tirado, cobraron vida. El disfraz de hombre abrazó
tiernamente el disfraz de mujer, y ambos sollozando, maltrechos, pisoteados, se
prometieron solemnemente no dejarse alquilar jamás.
Alfredo Cardona Peña
Costa Rica
Mi madre aseguraba que una taza de ruibarbo podía curarlo
todo, hasta los males del amor.
Mi padre pensaba que un poco de dinero era mejor que el
ruibarbo y el amor (además, podría comprar mucho más que eso).
Cuando yo tenía fiebre o estaba triste ella me daba ruibarbo.
Mi padre me dejaba algunas monedas.
Cuando ella murió él se metió en su cuarto, apagó la luz y
sentí que lloraba bajito. Jamás lo había visto hacer esas cosas y el aire
empezó a faltarme.
Toqué la puerta y cuando me abrió dejé en su mano una moneda.
DE JACQUES
Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante
de plomo, cuyo enorme pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con
dificultad. En el extremo silencio se le escucha rasgarlo.
Jacques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento
cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica
de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente
de lianas.
Jacques quiere darse vuelta para gritar una orden, pero siente
de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla cruje, que el barco
escora como si encallase. Un monstruo, no, una mano gigantesca alza el barco
chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros vellos gruesos como cables.
"¿Éste?", "Sí, ése" -dice el niño, y
envuelven el barco y a Jacques en un papel que la fina llovizna de afuera cubre
de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera y adentro de la
tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.
Eliseo Diego
Cuba
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